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Discurso
pronunciado por Fernando Savater al recibir el Doctor Honoris Causa por la UASLP
12 de febrero del
2010.
Estimado
rector, apreciables autoridades académicas y civiles, queridos colegas,
queridas amigas, queridos amigos:
En
primer lugar, tendría que hacer una larguísima y muy sincera lista de
agradecimientos a todas las personas que han propiciado este momento, en que
tan amable y exageradamente han insistido en conferirme este honor, uno más de
los muchos que he recibido en un lugar tan generoso como es México.
Sólo
puedo decir que mi fidelidad y mi amistad con México lleva más de 30 años; que
he conocido a su gente, sus tierras, sus centros de estudio, también sus
tequilas —desde luego— y que verdaderamente para mí, sin exageración, es una
segunda patria. Yo me he movido bastante por el mundo, más de lo que yo hubiera
querido porque soy una persona muy sedentaria; conozco muchos lugares, algunos
son bellos, otros sugestivos e interesantes, pero este país tiene un lugar muy
especial en mi corazón y es una tierra con la que tengo una relación especial.
Por
lo demás, este premio, este honor que se me da, honor académico enormemente
estimable, es tal vez un error muy generoso, podríamos decirlo. Mis meritos
académicos no son grandes, yo siempre me he tenido por una persona sin
importancia que se ha dedicado a temas importantes que están ahí al alcance de
todos, pero muchas veces no sabemos verlas.
La
filosofía no es más que una meditación sobre esa extrañeza de ser humanos, de tener
que padecer, vivir, gozar, compartir en un mundo que no hemos inventado, pero
que tenemos que intentar comprender y mejorar. Schopenhauer, uno de los
filósofos que primero leí, y que más he leído, dice que nuestra vida es como
una función teatral, nosotros estamos aquí esperando en las bambalinas del
teatro, hay una representación en el escenario y que nosotros apenas entendemos
algo, porque acabamos de llegar y no sabemos cuáles son los personajes, y cuál
es la trama. De pronto alguien nos da un empujón y nos encontramos en el
escenario, tenemos qué responder, qué contestar, qué participar en esa trama,
intentamos decir algún monólogo improvisado en ese momento, y antes de que nos
enteremos de cómo acaba la obra, y de qué manera van a ocurrir las cosas,
quiénes son los buenos, y los malos, tenemos que salir y abandonamos el
escenario.
En
buena medida esto responde bastante a lo que yo creo que es la vida, y en ese
tránsito la filosofía es acompañarnos en esa perplejidad, en ese tránsito, por
este escenario del que apenas nos da tiempo para entenderlo, mas necesitamos
estar junto con los demás y considerar a los otros como unos cómplices.
Hegel
dijo: “pensar la vida, esa es la tarea…”. Pensar la vida, es decir, más o menos
todos sabemos cosas de la vida: cómo hay que nutrirse, cómo reproducirse,
pensamos en las ambiciones, y conocemos los mecanismos de la vida, pero qué
concluir de todo eso que nos ha tocado vivir: ser ese tipo de humanos, estar
alojados en el tiempo, en el espacio, en el mundo, en la compañía de los otros,
en las pasiones. Todos tendemos a pensar que nuestra época es particularmente
mala. Hay unas líneas en el prólogo de los cuentos de Borges, en que hablando
de un antepasado suyo, dice: “le tocaron como a todos los hombres, malos tiempos
de vivir”. Esto es efectivamente algo que podemos decir.
Hoy,
cuando estábamos con el Rector recorriendo está preciosa ciudad y viendo muchas
cosas interesantes, hemos entrado en la biblioteca; entonces me han enseñado un
ejemplar de una serie de números de un periódico, El Estandarte de 1850 o 1860,
y al abrirlo, en el primer párrafo, dice algo así como “todos estamos de
acuerdo que estos tiempos que vivimos son de una inmoralidad desenfrenada como
no se haya visto jamás”, y dije yo: hombre, esto me suena…esto es una
convicción eterna.
En el primer texto escrito que se ha descifrado, que dicen
los expertos que es el primero, se encontró en una tumba egipcia, unos 2 mil
500 años antes de Cristo, en la tumba yace algún funcionario, algún personaje
importante de la corte del faraón; el escrito suele llamarse tradicionalmente La canción del desesperado, que en realidad no es una canción, es algo así como
un testamento, entonces en ese testamento, este funcionario, este personaje
egipcio dice: vivimos unos tiempos de especial corrupción, los militares son
prepotentes, los comerciantes engañan a los clientes, las mujeres se burlan de
sus maridos, los hijos no respetan a los padres, ya esto no puede durar mucho
más, y eran 2 mil 500 años antes de Cristo.
Entonces
más vale decir que no lo tomemos con excesiva angustia porque se ve que la cosa
viene de lejos. De todas formas esta reflexión sobre la incomodidad del mundo,
es el tema de nuestros pensamientos. Si el mundo fuera perfecto, grato, todo
funcionara bien, los hombres no nos muriéramos, ni envejeciéramos, y no
pensaríamos tampoco. Entre los dioses griegos no hay pensadores, son dioses que
no se comportan, y eso ha indignado a muchos de nuestros padres cristianos
cuando los estudiaban porque veían que eran dioses inmorales, arrogantes,
absurdos, porque se comportaban en el fondo como niños, su comportamiento
caprichoso, fatuo, sexual, es casi como el de un infante malcriado, pero es
claro que ellos son inmortales. Entonces, para qué pensar si uno no va a morir,
para qué cuidar a los demás si los demás tampoco van a morir, si no somos
vulnerables.
Es
nuestra vulnerabilidad la que hace que reflexionemos, es la vulnerabilidad de
los demás lo que hace que tengamos que proponernos conductas que no les hieran,
que no les lesionen. Entonces precisamente porque las cosas van mal pensamos:
por qué no son como nosotros quisiéramos, nos planteamos un mundo como
problema, si el mundo hubiera respondido a algún ideal de percepción seguro que
no estaríamos aquí reunidos en este momento.
La
filosofía entonces ha sido siempre ese esfuerzo no por salir de dudas, sino por
entrar en dudas, lo cual claro va en contra de los gustos de nuestra época. Nosotros
hablamos de una sociedad de consumo, pero nuestra sociedad no sólo es el
consumo en cuanto a los objetos, también es en cuanto a las ideas, hay una
impaciencia, la gente lo que quiere es que se le den soluciones prefabricadas
ya, incluso que se le den las respuestas a preguntas que nunca se han hecho,
que se le den cosas objetivas, portátiles, que uno pueda llevarse a casa y
decir “ya lo tengo aquí”.
Claro,
la filosofía más bien lo que hace es crear dudas, crear inquietudes,
crear preguntas que no pueden ser respondidas del todo. Nosotros
fundamentalmente pasamos la vida haciendo las preguntas por cuestiones
prácticas, por ejemplo qué hora es, porque queremos tomar un avión o acudir a
una cita amorosa o ver un programa en televisión. Entonces, queremos saber qué
hora es, no porque en sí mismo eso nos interese, sino porque es un medio para
otra cosa porque es lo que realmente pensamos que queremos. Una vez que alguien
nos dice son las seis, seis y media, las siete o la hora que sea, esa pregunta
deja de interesarnos, inmediatamente cancela la respuesta, inmediatamente
pasamos a la pregunta y a lo que de verdad queremos: nuestra cita, el avión, el
programa de televisión, lo que sea.
La
mayoría de las preguntas que nos hacemos son así, las respuestas las cancelan,
e incluso las preguntas científicas suelen ser igual, es decir, yo me pregunto
qué es el agua, y estoy agobiado hasta que sé que es hidrógeno y oxígeno en una
proporción determinada y, ya está. A partir de eso sabré a qué temperatura
hierve, a qué temperatura se congela, y se acabó. La pregunta deja de
inquietarme e interesan otras cosas que derivan de esa pregunta y que van
con otros procedimientos naturales, pero esas respuestas cancelan las
preguntas, acaban con ellas, se acabó y con eso ya nos quedamos contentos, nos
hemos quitado una pregunta de encima.
Hay
otras cuestiones que no se pueden cancelar, si en vez de preguntar qué hora es,
yo indago qué es el tiempo, esa pregunta es in-cancelable, puede haber
repuestas y hay repuestas; hubo respuestas de Aristóteles, de San Agustín, de
Einstein, de tantos otros, pero ninguna cancela instintivamente la pregunta;
las respuestas nos ayudan a convivir con esas interrogantes, sobre qué es el
tiempo, qué es la muerte, qué es la justicia, qué es la libertad, qué es la
naturaleza, qué es la belleza, que no están encaminadas a nada que nosotros
vayamos a hacer, sino a algo que nosotros somos.
Nos
preguntamos esas cosas para saber qué somos, qué vamos a hacer o qué podemos
hacer a continuación, y por lo tanto, nos van a seguir acompañando siempre, eso
es de alguna forma lo urgente y lo insatisfactorio que puede tener la
filosofía.
Uno
de los grandes historiadores de las ideas, Isaiah Berlín discípulo de
Liebehenschel, había iniciado una gran carrera como filósofo y profesor de
filosofía y la abandonó, se dedicó a la historia, la historia sobre todo de las
ideas, a estudiar a Maquiavelo, en fin, a hacer una visión historiográfica de
las cosas, y alguien le preguntó: ¿por qué dejó usted la filosofía?, ¿por qué
dejó atrás la filosofía?, les dijo Berlín: porque yo quiero estudiar algo que
sepa más al final del estudio que al comienzo.
Y
es verdad, en la filosofía siempre uno tiene la molesta sensación de que por
muchos autores que conozcas, por muchas vueltas que le habías dado a las cosas,
en último término saber lo que se dice saber, no sabes más al final que al
principio; eso sí, tienes una serie de comentarios a tu ignorancia más ricos de
los que tenías antes.
En
esta época de consumo, todo lo que queremos es tener inmediatamente algo qué
agarrar, algo a qué aferrarnos, saber a qué carta quedarnos. Un poeta español
que estuvo mucho tiempo hacinado en México en la época del presidente Lázaro
Cárdenas, José Bergamín, tenía aforismos irónicos muy divertidos, y otros de un
humor negro, uno de ellos dice: “que más te da no saber a qué carta quedarte si
después de todo no te vas a quedar”. Bueno, pues esa es una observación que
podemos hacernos respecto a nuestra vida, pero todos queremos saber a qué carta
quedarnos.
La
filosofía lo que crea es el arte de vivir en la inquietud, de vivir en la
pregunta, de mantener la vida siempre en el asombro, en lo ignoto, de que el
hecho de vivir nos sorprenda cada día. La filosofía es una especie de falta de
sosiego permanente que hace que la vida sea más interesante y mucho menos
plácida y rutinaria.
Y
no olvidemos que precisamente la filosofía es lo que nace junto con la
democracia, en el mismo momento y en el mismo lugar, y en cierta forma es
semejante a la democracia; la democracia es un desasosiego político, y la
filosofía es un desasosiego intelectual, y en ambos casos los seres humanos se
ven urgidos a estar permanentemente buscando respuestas. Ni uno puede decir a
la democracia que funcione con piloto automático, y a mí que me dejen de
preguntar; no se puede decir ya está, ya sé todo lo que puedo saber de las
preguntas filosóficas y ahora puedo abandonarlas; ni un filosofo ni un demócrata
pueden dejar sus tareas que son infinitas, que son lacerantes, pero que de
alguna manera le llenan de intensidad humana, la misma que llevó a Sócrates
frente a sus jueces en Atenas. En la apología, cuando hace su discurso de
defensa, dice: yo creo que una vida sin examen no merece la pena de ser vivida;
es decir, esa vida, esa reflexión, no van a resolver nuestras dudas, pero si no
tenemos esas dudas, la vida se convertirá en algo zoológico, no en algo
biográfico. Quien quiere tener biografía debe reflexionar sobre su vida, los
demás tendrán que conformarse con la pura zoología.
Muchas veces le preguntan a uno qué es un filósofo, y después de mucho darle
vueltas he llegado a la conclusión que la única repuesta que me satisface es:
filósofo es quien trata a los demás como si fueran filósofos también; es decir,
quien se dirige a la parte intelectual de los demás, quien trata de despertar
la complicidad intelectual de los otros, no quien trata de hipnotizarlos, o de
seducirlos, de intimidarlos, sino de que le ayuden a pensar el mundo. Eso es lo
que hacía Sócrates.
Lo
desconcertante de la figura de Sócrates es que era un señor que iba por la
calle preguntando a la gente lo que a él le interesaba, pero convencido que a
los demás también. Y es cierto que los temas de la filosofía importan a todo
mundo, en cambio lo que no les interesa es la filosofía; tú hablas con los
jóvenes, y yo me he pasado 40 años haciéndolo, y nunca he encontrado que no les
interesen los temas de la verdad, la muerte, la naturaleza, la belleza, la
libertad, la justicia, siempre eso les gusta, pero cuando les dices, pues hay
un filósofo que habla de eso, entonces ya no les importa; por eso he titulado
mi último libro La historia de la filosofía sin temor ni temblor, sobre todo
quiero decir que no hay que temblar.
A
los filósofos les pasaba igual que a nosotros: estaban haciéndose preguntas,
intentando reunir respuestas, a veces creían que habían resuelto algo que
inmediatamente volvían a replantearse en la generación siguiente.
Yo
no soy filósofo, soy simplemente un profesor, que se ha dedicado a dar clases
de filosofía; el mundo está lleno de genios, faltan maestros, pero yo he
querido ser maestro, para despertar el interés por la filosofía; es decir, que
toda esa gente que se interesa por los temas de la filosofía acepte que los
filósofos y pensadores son lo que le interesa, no para sustituir su propio
pensamiento, nadie puede pensar por otro, es decir, nadie puede hacer el amor
por otro, nadie puede respirar por otro, nadie puede pensar por otro, o sea
aunque todos pensemos igual cada uno tiene que pensar por sí mismo.
Pero
ese camino intelectual lo tiene que recorrer cada cual a partir de la enorme
riqueza que nos da la tradición filosófica y la sabiduría de occidente;
eso es lo que yo he intentado acercar a los jóvenes, porque son ellos los que
de alguna manera deben continuar con esta búsqueda.
Parece
que algunos de mis libros han tenido aceptación, han interesado a gente que no
leía nada, eso es absurdo en mis libros y eso es lo que más me satisface, me
encanta saber que no han caído totalmente en saco roto y que muchos se han
reconocido en ellos y que les han sido útiles; hay gente, y es el homenaje que
más agradezco, que de vez en cuando me dice: Mira, leí tu libro tal y a partir
de eso encontré a este otro autor o ese otro ejemplar, nunca he escrito libros
que fueran puntos de llegada para decir “ya lo sé todo”, sino puntos de
partida, y en ese sentido, como todas las escaleras tienen un primer peldaño,
he querido proporcionar ese primer peldaño porque muchas veces los profesores
con una cierta pedantería quieren que los alumnos partan ya de lo alto de la
escalera, en vez de ayudarles ellos a llegar hasta arriba; eso es lo que yo he
hecho, valga lo que valga, y supongo que por eso, con una exagerada
generosidad, me han concedido este Doctorado Honoris Causa, en una ciudad y en
una universidad que lleva el nombre de San Luis, San Luis rey de Francia.
Su fecha de conmemoración en el año es el 21 de junio, el día que yo nací, yo
me llamó Fernando María Luis y tengo también un Luis en mi nombre. San Luis fue
un rey que gobernó a pesar de que murió con cincuenta y poco años, gobernó más
de 20 en Francia y llevó a cabo una serie de reformas y cosas muy importantes y
finalmente de una manera arriesgada y generosa se embarcó en una de las últimas
cruzadas que como tantas otras fracasó.
Con
su ejército pasó África y cuando estaba ahí en Argelia, en el desierto tirado
por los enemigos, por las fiebres y el agua, ahí murió San Luis sin haber llegado
a liberar el santo sepulcro de Jerusalén y todo eso, y, en esa agonía en medio
del desierto con sus soldados desperdigados y hostigados por los adversarios,
dicen que sus últimas palabras fueron referidas a uno de sus lugartenientes:
“llegaremos a Jerusalén”.
Bueno,
yo toda mi vida he tratado también de ser un poco fiel a esa especie de absurda
y casi desconcertante esperanza que lleva uno incluso en la agonía, incluso en
los peores momentos pensemos que después de todo aún quedan fuerzas para
cumplir lo que más deseamos, y eso es lo que yo he tratado de también de
transmitir a quienes me leen, no puedo transmitirles quizá grandes
conocimientos porque no los tengo, pero he intentado transmitir aliento.
Me
gustaría que quien me leyese se sintiera alentado, que descubriera en mi obra
motivos para seguir adelante, para seguir esforzándose, para seguir luchando,
para seguir avanzando, y así podré decir: ¡hacia Jerusalén!
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